viernes, 4 de febrero de 2011

3 AM (II)

 

La Luna se suspendía en el cielo, que estaba particularmente despejado aquella madrugada. Brillaba con fuerza, como si intentara sobresalir entre las luces de neón, las farolas, los focos, y de toda la luz que ya estaba completamente despierta en Toronto a aquellas alturas de la noche. Las primeras horas del sábado se presentaban frías, de éste frío intenso que te entumece los dedos y te congela la nariz.
Abby mantenía su mirada distante en el empañado parabrisas, manteniendo su conciencia despierta en un punto del horizonte, mientras seguía pendiente del momento en el que el rojo infranqueable del semáforo cambiase. Había bastante tráfico. No era nada raro.
Wallace estaba
completamente borracho, sentado en el asiento de al lado. Bueno, lo cierto es que estaba de todo, menos sentado. Se revolvía constantemente y emitía gruñidos indescifrables. Abby no decía nada, tan sólo ponía los ojos en blanco.
- No sé como hay gente que te aguanta cuando estás así. - le replicó ella finalmente, sin hacerse ilusiones sobre una reacción coherente. 
- Ni yo. - murmuró con una voz lenta y tambaleante. Abby suspiró.
Wallace estuvo unos segundos contemplando su reflejo en la ventanilla, después, con movimientos torpes y poco certeros, intentó dominar su cabello -que estaba totalmente alborotado-. Al ver que no lo conseguía, gimió molesto.
- Es la última vez que te llevo a tu casa porque estás pedo. - Abby se recogió un mechón de su pelo tras la oreja, y pisó el acelerador en cuanto se percató de que el semáforo estaba en verde.
Hubo un momento de silencio absoluto, en el que sólo se escuchaba el motor del coche y el ruido del ambiente fuera.
- Estoy pedo... - repitió él burlonamente.
- No me digas. - susurró Abby con ironía.
Ella sonrió levemente y pasó la lengua por sus labios comprobando que estaban congelados y agrietados, mientras seguía guiándose hacia su casa. Wallace eructó, sin ningún tipo de sutileza, impregnando el coche de un molesto olor a alcohol.
- ¡No hagas eso! - masculló ella, agachándose sobre el volante.
- ¿Por qué no?
- ¡Me distraes!
Ella gruñó en voz baja durante unos segundos. Sus ojos claros se volvieron a clavar, frustrados, en el asfalto.
- Eres mala. - murmuró Wallace con voz entrecortada.
- Quizás.
- Voy a echar la pota...
Abby torció los labios mientras cambiaba de marcha con un crujido seco. Aparcó frente a la casa donde él vivía con su novio. Incluso a la luz de la Luna, era fácil de reconocer: La fachada estaba pintada de un color amarillo mango, y había plantas alrededor de los balcones. Por supuesto, no era Wallace sino su cónyuge quien se responsabilizaba de ellas.
- Vamos, bájate. - le susurró Abby entornando los ojos. - Tu novio se tiene ganado el cielo contigo.

1 comentario:

  1. Este Wallace...xDDDDDD
    Me mola mucho owo, te diré que me encanta como escribes nwn)/

    *hugs!*

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