sábado, 19 de febrero de 2011


- Él da el placer, ¡yo doy las tostadas!

A veces me pregunto por qué sigo irrumpiendo en el dormitorio con la misma frase, con la bandeja gigante en las manos, tambaleándose, aunque sin dejar que ni una gota de leche se escapara de los vasos. Y por mucho que le doy vueltas, nunca encuentro la respuesta. Supongo que al ser una perdedora que a los 21 años acaba de ser despedida de su trabajo y tiene una vida sumamente aburrida, cualquier tontería te entretiene. 

Wallace siempre me decía que no entrase a despertarle. Me lo repetía, una y otra vez, ¡Como si fuese a hacerle caso! Cuando alguien me prohíbe una cosa, me está despertando el deseo. Cualquiera que me conoce, aunque sea superficialmente, lo sabe. Y si se enfada conmigo, le recordaré esa vez en la que salvé a uno de sus muerdealmohadas de llegar tarde al trabajo. Que sí, que a veces sirvo de algo.

Bueno, la verdad es que él no suele enfadarse conmigo. La única vez que le recuerdo enfadado, fue aquella vez que le llamé al teléfono... ¡Pero empezó él! Me rompió un vaso. Pero no un vaso cualquiera, MI taza de porcelana de Jurassic Park que tanto me costó conseguir. Él sabe perfectamente que estamos en dormitorios adyacentes, ¿Entonces, por qué no pudo tener más cuidado? ¿Era necesario que sus trompicones y embestidas arrítmicas sirviesen para llevar a mi querido vaso al borde de la mesita de noche, derramando el agua por el suelo y dejándo la taza a trozos? Lo cierto es que, me recordó bastante a Jurassic Park, irónicamente. El agua ya esparcida temblaba y dibujaba ondas en la superficie, pero en éste caso no era por las pisadas firmes de un T-Rex. Por desgracia.


Desvelada por el ruido de mi taza -y todo mi trabajo para conseguirla- rompiéndose en el suelo, lancé una mirada asesina a la pared, como si pudiese atravesarla y observar causante de ello. Le llamé. ¡Sí! Lo hice. Y sabía que no estaba con un usar-y-tirar, sino con el oficial, con el novio liberal o como se llame ese. Pero le llamé. Porque sé que siempre tiene el teléfono en la mesita.

No sé cuantas veces le dí toques. Como, quince, por lo menos, y a cada llamada perdida aumentaba mi rabia. Si hasta podía escuchar el teléfono sonando a través de la pared. A la decimosexta, los golpes pararon, y finalmente se escuchó un fatigado suspiro al otro lado de la línea. No dejé que empezase a hablar.


- Me has roto mi vaso de Jurassic Park. ¡MI VASO! ¿Qué estáis haciendo ahí, montándooslo o domando a una manada de elefantes para que salten sincronizadamente? Si queréis seguir, moved la puta cama y hacedlo de cara a la otra pared, no pienso permitir que me rompáis la lámpara. - sacudí las manos, nerviosa, y colgué.

Me arrepentí, y mucho. Pero eso fue más tarde, a la mañana siguiente. 


Me dijo que no me dejaría nunca más jugar a sus consolas si no cumplía con El Castigo, por una semana.


Sí. 

Es lo que estáis pensando.

No fue muy gratificante. Me imagino que tampoco para Damian, que en una ocasión me llamó para invitarme a su fiesta de cumpleaños, pero para su sorpresa se encontró con mi disgustada voz.


- No, gracias, estoy ocupada depilando a mi compañero de piso.






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